Las nuevas tecnologías han comportado también un cambio cultural enorme en la forma de estudiar, aprender, comunicarse, entretenerse, etc. En términos globales hacen la vida de las personas más simple y cómoda. Disminuyen el tiempo de trabajo dedicado al hogar, nos permiten mantenernos informados de lo que sucede en lugares del mundo remotos, podemos comunicarnos con personas a miles de kilómetros de distancia, nos facilitan las comprar sin salir de casa, nos distraen y entretienen, nos dan acceso a un sinfín de información, etc.
Aún con eso, no todos sus efectos son positivos. Si nos fijamos exclusivamente en el punto de vista del consumidor como ciudadano, veremos los múltiples impactos que todos aquellos beneficios esconden.
Los sectores más jóvenes de la población son habitualmente los más afectados. La expansión del uso de los ordenadores para comunicarse con los amigos y conocer gente nuevas ha comportado una alteración de sus hábitos sociales. La seguridad que genera la pantalla por no tener que enfrentarse cara a cara con los demás, modifica los comportamientos sociales de muchos jóvenes hasta el aislamiento físico. Por otra parte, disminuye la actividad física y altera los hábitos alimenticios cuando los tiempos invertidos incrementan significativamente.
En general, el consumidor se ve sometido a un proceso de autosugestión de la demanda de estas nuevas tecnologías. La publicidad y la presión social de los medios de comunicación nos empujan a la renovación de los móviles, los MP3, los coches o incluso los electrodomésticos antes del fin de su vida útil. Nos impulsan a la compra de productos que hasta su aparición en el mercado no concebíamos como una necesidad.
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