El proceso de globalización y la privatización de ciertos sectores productivos ha conllevado que los gobiernos perdiesen el control sobre algunos mercados. Este hecho ha generado con el tiempo una desconfianza enorme entre la población, en relación a la tecnología y, especialmente, los productos de consumo.
La falta de información y transparencia de las empresas y sus procesos y la cada vez más abundante aparición en los medios de comunicación, de episodios sobre los efectos adversos en seres humanos y/o animales provocados por la tecnología (recordemos las vacas locas, el cambio climático o los constantes derrames de petroleo en nuestras costas) genera constantes conflictos sociales.
Las regulaciones nacionales de los gobiernos por si solas no pueden actuar contra este fenómeno, debido a su dimensión global. Necesitan ser realzadas mediante instituciones y normativas transnacionales. Pero sobretodo, es necesario incorporar las nuevas tecnologías a las agendas nacionales y a la agenda internacional, para frenar sus avances negativos y potenciar sus beneficios para el Desarrollo Sostenible.
La ética de las nuevas tecnologías
En este contexto se hace indispensable conseguir combinar el debate ético con el debate científico. Esto se puso de manifiesto en el transcurso de los primeros desarrollos de productos transgénicos. Las posturas de los expertos se dividían entre la pérdida de biodiversidad que significaba la homogeneización del material genético y los beneficios obtenidos al conseguir reducir la hambruna de parte de la población humana con dificultades para alimentarse.
Posteriormente, cuando se planteó la posibilidad de clonación del ser humano, con la clonación de la oveja “Dolly”, el debate se barajó entre los fines terapéuticos (permitiría mejorar el conocimiento genético y psicológico, disponer de modelos de las enfermedades humanas, producir a bajo coste proteínas para su posible uso terapéutico, suministrar órganos o tejidos para trasplantes, etc.) y la temeridad de la manipulación genética (falta de suficiente experiencia previa en modelos animales, posibles problemas de envejecimiento, anomalías genéticas, cáncer, posibilidad de crear problemas psicológicos en los individuos clónicos, además de alegar ser una técnica éticamente inaceptable y contraria a la integridad y la moralidad humana).
Es discutible, en los dos casos planteados, si las nuevas tecnologías decantan el sistema hacia el modelo sostenible, ya que los riesgos asociados y no controlados, muy probablemente no sean asumibles. Aún así está claro que "la tecnología no es buena, ni es mala, pero tampoco es neutra". Lo cierto es que deben tomarse las medidas oportunas para evitar que se desencadenen los efectos adversos asociados.
Los gobiernos y los organismos internacionales tienen un papel destacado en este contexto, ya que de ellos depende la gobernanza sobre las nuevas tecnologías que, con el tiempo, ha pasado a manos de las grandes corporaciones transnacionales.
La falta de información y transparencia de las empresas y sus procesos y la cada vez más abundante aparición en los medios de comunicación, de episodios sobre los efectos adversos en seres humanos y/o animales provocados por la tecnología (recordemos las vacas locas, el cambio climático o los constantes derrames de petroleo en nuestras costas) genera constantes conflictos sociales.
Las regulaciones nacionales de los gobiernos por si solas no pueden actuar contra este fenómeno, debido a su dimensión global. Necesitan ser realzadas mediante instituciones y normativas transnacionales. Pero sobretodo, es necesario incorporar las nuevas tecnologías a las agendas nacionales y a la agenda internacional, para frenar sus avances negativos y potenciar sus beneficios para el Desarrollo Sostenible.
La ética de las nuevas tecnologías
En este contexto se hace indispensable conseguir combinar el debate ético con el debate científico. Esto se puso de manifiesto en el transcurso de los primeros desarrollos de productos transgénicos. Las posturas de los expertos se dividían entre la pérdida de biodiversidad que significaba la homogeneización del material genético y los beneficios obtenidos al conseguir reducir la hambruna de parte de la población humana con dificultades para alimentarse.
Posteriormente, cuando se planteó la posibilidad de clonación del ser humano, con la clonación de la oveja “Dolly”, el debate se barajó entre los fines terapéuticos (permitiría mejorar el conocimiento genético y psicológico, disponer de modelos de las enfermedades humanas, producir a bajo coste proteínas para su posible uso terapéutico, suministrar órganos o tejidos para trasplantes, etc.) y la temeridad de la manipulación genética (falta de suficiente experiencia previa en modelos animales, posibles problemas de envejecimiento, anomalías genéticas, cáncer, posibilidad de crear problemas psicológicos en los individuos clónicos, además de alegar ser una técnica éticamente inaceptable y contraria a la integridad y la moralidad humana).
Es discutible, en los dos casos planteados, si las nuevas tecnologías decantan el sistema hacia el modelo sostenible, ya que los riesgos asociados y no controlados, muy probablemente no sean asumibles. Aún así está claro que "la tecnología no es buena, ni es mala, pero tampoco es neutra". Lo cierto es que deben tomarse las medidas oportunas para evitar que se desencadenen los efectos adversos asociados.
Los gobiernos y los organismos internacionales tienen un papel destacado en este contexto, ya que de ellos depende la gobernanza sobre las nuevas tecnologías que, con el tiempo, ha pasado a manos de las grandes corporaciones transnacionales.
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